Mudarse o afrontar una reforma implica tomar decisiones rápidas sobre objetos valiosos. Las alfombras —ya sean de lana, seda, viscosa, sisal o tejidos sintéticos— son piezas que acumulan historia, estética y confort… y, a la vez, son especialmente sensibles a errores de manipulación. Un pliegue mal dado, un plástico hermético en el momento equivocado o unas semanas en un trastero húmedo pueden acabar en ondulaciones, marcas permanentes, colores apagados u olores difíciles de eliminar. Este artículo reúne criterios claros y profesionales para que tus alfombras lleguen al nuevo espacio en perfecto estado y se conserven impecables mientras están guardadas.
Antes de guardar la alfombra
Todo buen embalaje empieza antes del propio embalaje. Dedica unos minutos a identificar el material (etiquetas, ficha de compra o, si existen dudas, una consulta profesional) y documentar el estado con fotografías del anverso, reverso, bordes y flecos. Esta “radiografía” inicial cumple dos funciones: te ayuda a elegir el método correcto de manipulación y se convierte en referencia si después necesitas evaluar cambios o gestionar una restauración.
Conviene también revisar remates y flecos. Una pequeña rotura en un canto puede crecer durante el traslado; si la detectas, protégela con papel de seda y, si la pieza es valiosa, valora una intervención mínima de consolidación antes del movimiento.
Preparación higiénica
Guardar una alfombra con polvo, restos de arena, manchas o leve humedad equivale a “sellar” agentes que aceleran el desgaste. El polvo se incrusta en la base, las manchas se fijan y la humedad favorece hongos y olores. Lo ideal es programar una limpieza profesional previa, especialmente en lana, seda y fibras vegetales. En cualquier caso, asegúrate de que la pieza está totalmente seca antes de embalar. La prisa es el peor enemigo: incluso dos o tres horas de humedad atrapada dentro de un film pueden arruinar la planitud de la pieza.
Enrollar sí, doblar no
Las alfombras no son camisetas. Doblar concentra la tensión en líneas de quiebre que deforman la urdimbre; enrollar reparte esa tensión a lo largo del ancho. Para minimizar esfuerzos:
· Cepilla suavemente a favor del pelo para alinear fibras.
· Enrolla desde el lado corto y, en pelo cortado o alfombras “mullidas”, con el pelo hacia dentro; en kilims o tejidas planas, puede ir hacia fuera.
· En piezas grandes o delicadas, utiliza un tubo rígido como núcleo (cartón libre de ácido o PVC) y evita diámetros demasiado pequeños: cuanto más delicada la fibra, mayor el diámetro del tubo.
Este gesto sencillo evita la mayoría de “memorias” de pliegue que tanto cuesta corregir al desembalar.
Transpirar es conservar
El objetivo del embalaje no es hermetizar, sino proteger y permitir que la pieza respire. La primera capa ideal es un papel de seda libre de ácido o una sábana de algodón que cubra el tejido sin fricción. La envolvente exterior debe ser textil transpirable o una tela no tejida. El plástico sólo se recomienda para protección puntual frente a lluvia o polvo durante el traslado, y, aun así, conviene dejar respiraderos.
En almacenajes prolongados, suma sachets desecantes (gel de sílice) en los extremos del rollo, sin contacto directo con la fibra, y evita perfumadores o repelentes en contacto con el tejido: algunos compuestos reaccionan con tintes naturales.
Transporte: cómo evitar marcas
Durante el traslado, la alfombra enrollada debe viajar en horizontal, apoyada en toda su longitud o, al menos, sobre puntos amplios y acolchados. Las cinchas han de ser anchas y con tensión moderada: demasiada presión deja hendiduras en la envolvente que acaban imprimiéndose en la fibra. Y una regla de oro: nunca apiles cajas pesadas encima del rollo; el peso localizado es el origen de muchos “huesos” (bultos) difíciles de recuperar.
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